jueves, 10 de septiembre de 2009

Significar la realidad para construir sentido

Violencia. Construcción de la subjetividad en contextos adversos, se elaboró en el marco de las cátedras pedagógicas de la Fac. de Humanidades y Ciencias Sociales de la UADER.
Por Elida Doello y María de los Ángeles Parga
En el ámbito escolar, es necesario no caer en explicaciones simplistas o deterministas que atribuyen la presencia de la violencia en la escuela a determinados hechos, sin tener en cuenta la complejidad de los fenómenos sociales. Es frecuente que en el imaginario social se relacione violencia con marginalidad. Pero sabemos que no existe una relación directa ya que la problemática atraviesa diferentes sectores sociales y generacionales. La violencia también aparece relacionada con distintos consumos culturales, como ciertos estilos musicales, la exposición a los medios de comunicación, etc. A su vez, es necesario superar las explicaciones que se basan en el comportamiento individual exclusivamente ya que eluden la responsabilidad de la sociedad y de la escuela como parte de ella y anulan la posibilidad de un compromiso colectivo para la resolución de los problemas.
Entonces ¿qué posibilidades tiene hoy la escuela de tejer esa trama de significaciones que atempera, que protege, que resguarda y que posibilita por esta vía el acceso a la cultura cuando la realidad se presenta con la virulencia que conocemos?, ¿ qué márgenes tenemos hoy los adultos que habitamos las escuelas de constituirnos en esos otros que mantienen algún grado de integridad para tejer una trama significativa que aloje lo que irrumpe como una realidad, muchas veces irracional, cuando también nos hallamos vulnerados por las mismas circunstancias? Tal vez haya que reactualizar esas diferencias y reconvertirlas en amparo y protección, no en omnipotencia ni autoritarismo. Significa pensar en una subjetividad que se constituya en el discurso de los adultos para lo que se requiere de alguien que le acerque al niño o joven la lengua y la cultura, y que, al mismo tiempo, le ofrezca espacios de protección que le posibiliten apropiarse de ella. Crear las condiciones que le permitan poner distancia necesaria para ordenarla, para otorgarle sentido. Si hay pura realidad no hay posibilidad de significarla, se corre el riesgo de que se imponga la violencia y que esta lo conmocione de tal manera que dificulte su integración y proyección.
Los adultos que habitamos las instituciones educativas debemos formarnos en referentes para que, los jóvenes puedan construir su diferencia a través de su propia palabra. Una asimetría que se resignifica en la protección y el reconocimiento de su vulnerabilidad. Constituirnos en mediadores, este el clima de violencia que los jóvenes reciben y el mundo de la cultura, guiarlos en la construcción de significados, tan necesaria e indispensable como el plato de comida que muchos vienen a buscar a la escuela, brindarle la posibilidad de vislumbrar que hay otros mundos posibles.
La educación, siguiendo con esta línea de análisis, es incapaz de contrarrestarla
porque el grado de violencia de los jóvenes la exceden; en eso estamos cuando se insiste en desvalorizar la acción de la escuela a quien la sociedad le deposita toda, o casi toda, la responsabilidad y la condenan de antemano al fracaso porque, con semejante responsabilidad sobre sus espaldas la escuela en forma aislada, muy poco podrá hacer, pero esto no la exime de su responsabilidad social.
Es evidente, hay modelos o prácticas institucionales que no se adaptan a los nuevos escenarios como, por ejemplo, los contenidos, fundamentalmente para jóvenes y adolescentes, que no están a la altura de sus preguntas y debates; a su vez, esto genera un malestar docente-alumno que termina en hechos de violencia. En los casos de masacres en las escuelas, como por ejemplo, el ocurrido en nuestro país en la localidad de Carmen de Patagones, no debe permanecer ajeno a nuestra reflexión.
Lo sucedido no constituye un hecho fortuito excepcional si tenemos en cuenta que en las escuelas se pueden constatar carencias que van, desde la satisfacción de las necesidades básicas relacionadas con la auto conservación, como por ejemplo: alimento, salud, trabajo, vivienda, etc., hasta las que abarcan también necesidades de protección, de cuidado, de pensamiento reflexivo, de participación política real, y que tienen que ver con preservación del sujeto. Estas últimas se constituyen en los factores sociales que dificultan a alumnos y docentes la construcción de un conocimiento crítico sobre su propio entorno, y por ende, el reconocimiento del otro y sus necesidades. El otro es un objeto y nosotros somos objetos para el otro. La escuela inmersa en esta problemática puede erigirse en reproductora o desestabilizadora de este orden. En este aspecto es importante dejar en claro que, si bien, no es la única responsable de esta problemática, le cabe una responsabilidad ineludible: no reproducirla fomentando lazos sociales saludables. La pregunta del cómo, surge a cada instante. Una de las respuestas viables puede ser, a nuestro entender, crear espacios de análisis y discusión permanente en nuestros ámbitos institucionales, en el aula con los alumnos acerca de los mensajes, programas y productos culturales que incentivan a la violencia.
Tenemos que pensar en construir en el ámbito escolar, dispositivos que nos permitan reconstruir el significado de la convivencia escolar y social. Los adultos tenemos que hacernos cargo en nuestro ámbito de intervención de qué les dejamos, armamos o seguimos construyendo para una sociedad mejor.
Implica asumir en primer lugar esta situación adversa de forma constructiva, y a partir de esta toma de conciencia sobre el contexto en el que nos encontramos inmersos comenzar la acción. Este proceso de conocimiento de los niños que asisten a la escuela, de sus situaciones familiares, barriales, comunitarias, de las representaciones de los distintos sujetos involucrados, etc. Implica además, una reflexión conjunta acerca del origen y de los procesos que nos han llevado a la situación que nos toca vivir y el grado de responsabilidad e inferencia que tienen sobre la misma.
Implica un diálogo compartido acerca de los problemas más importantes y, la búsqueda de alternativas a construir con el compromiso creciente de todos. Es realizar un proceso colectivo donde, de varios modos y con distintos alcances, ésta realidad sea asumida desde un punto de vista crítico y constructivo.”

Bibliografía:
Quiroga Ana P. de en MATRICES DE APRENDIZAJE Constitución del sujeto en el proceso de conocimiento (1984-1987) Ediciones Cinco
Textos trabajados en clase titulados: Losers y Winners, entre la excusa y la justificación, School Killers, Características del pensamiento moderno Capítulo VIII.
ZELMANOVICH, Perla; DUSSEL, Inés y FINOCHIO, Silvia; “Enseñar hoy” Una introducción a la educación en Tiempos de Crisis. Fondo de cultura económica 2003.

1 comentario:

Eugenio Valiero dijo...

Leticia:
Es muy interesante el texto de Élida y María de los Ángeles.
Es un muy buen planteo. Me ha interesado por varios motivos y básicamente porque podría ser un disparador de nuevas reflexiones. Yo no sé si la temática "violencia" es del todo descifrable pero seguramente nuestra mirada es obligada.
Ellas han marcado algunos factores importantísimos. A mí me gustaría aportar algunas líneas de análisis relacionadas con cuestiones estructurales, por ej, la violencia coyuntural en materia social; puesto que si bien este asunto es una producción particular de la época podría ser una invariante constitutiva de la humanidad, sino cómo explicar algunos procesos como las guerras y conflictos de ese tipo.

Además, hacen referencia a ciertos productos tecnológicos reproductores y naturalizadores de prácticas violentas. Supongo que se refieren a videojuegos, la televisión, etc.. Es posible que en cierta medida generen algún tipo de incidencia en lo psicológico y en la estructuración de la personalidad. Yo no acuerdo muy del todo con esta postura. No la niego. Pero una idea así estaría sustentada por un supuesto no del todo sólido que es el de no poder separar fantasía de realidad por parte de los usuarios mediatizados. Sería como fundar la "tontera generalizada". Es complejo.

Pensaría, y esto es opinión pura, que el comportamiento humano siempre se acerca más a la vivencia. Y mirar televisión no es vivir televisión, no es vivir. Acepto que por un instante debemos dejarnos llevar por la imagen engañosa de los medios pero finalmente algo, en términos psicológicos, nos hace sospechar de ella. (Si no nos dejásemos llevar no existirían las telenovelas...)
Por otra parte, cualquier criminal estaría justificado con solo alegar "lo ví en la tele...".
Imaginemos un lector empedernido de Policiales... no podríamos saber hasta dónde sería capaz de llegar...

Pero si vivimos experiencias violentas, nuestro aparato psíquico no puede correrse. Está inmerso en ellas.Y se confunde con ellas.
Es por eso que creo que que nuestra posibilidad es la de "rehabilitar el afecto" y no me refiero justamente a lo afectivo de la forma en la que acostumbramos a pensarlo. Sino a lo movilizante de la experiencia con otros. Al "coexistir", con intervención de aquello que nos genera estados anímicos diversos, como el amor, aún la bronca,la no indiferencia, pero por sobre todo la cordura y la moderación de todo ello.
De lo contrario para contrarestar las prácticas violentas bastaría con mandar pemas a la televisión...(broma).
Bueno, espero que sigamos pensando y actuando...